domingo, 26 de junio de 2011

Perú: Historia aimara entre la paz y las rebeliones contra la prepotencia y la mentira

26 Junio, 2011 - Fuente : www.losandes.com

A propósito del atrincheramiento del líder aimara en Panamericana Televisión (miércoles 15 de junio y jueves 16 de 2011), luego de que la Corte Superior de Justicia de Puno revocara el mandato de detención de Walter Aduviri y otros dirigentes, el periodismo ayayero e ignorante de la historia peruana se preguntaba “¿Qué corona tiene Aduviri?”. Aduviri habría parado de punta el cabello del sistema estatal corrupto y servil a los intereses de las grandes mineras. Respuesta: “Pues, Aduviri tiene corona…” esa es la corona de un pueblo descoronado por diferentes sistemas a los que ha resistido heroicamente. 
Durante las diferentes épocas, el pueblo aimara se ha levantado, y este hecho ha tenido consecuencias funestas contra los pobladores aimaras, ametrallamientos masivos sobre los cuales no hubo investigaciones, nunca. Para eso sí, el ejército peruano salía para disparar contra los “revoltosos”, y así lo hicieron, entre otros que quedaron apresados sin poder defenderse en la lengua del invasor. Pues, en esa épocas no habían cámaras fotográficas y filmadoras como hoy, así que toda destrucción contra el pueblo aimara quedaba impune, y hoy más que nunca llama a gritos a investigadores de ese pasado histórico que puede enseñar al pueblo aimara sobre qué debemos de hacer y qué no debemos de hacer para no ser etiquetados como “comunistas”, “violentistas”, “separatistas”, y no fracasar en la realización de nuestros ideales.

Como nunca, el pueblo aimara defiende sus tierras, sus aguas, sus dioses. Y sus hijos aimaras no podemos estar al margen de la tamaña agresión de los poderosos. Habrá traidores como siempre los hubo en todas las culturas, habrá facilistas que sólo piensan en sus estómagos. Nuestro pueblo aimara pide respeto y dignidad. El levantamiento de los aimaras liderados por Walter Aduviri quedará escrito en las páginas de la historia de los aimaras del sur. ¡Huyan traidores pro-colonizadores que la historia también los juzgará! Si no hay solución, los aimaras estamos llamados a convocar un gobierno autónomo, porque así nos respaldan las leyes internacionales: la libre determinación de los pueblos es un asunto al que nos veremos forzados a acogernos para fijar las fronteras con la indiferencia. Necesitamos urgente un gobernante genuino, nuestro, como lo hemos tenido siempre antes de esta República Indiferente llamada Perú. El debate debe abrirse sobre esta posibilidad histórica. La historia, nuestra cultura, nuestra lengua nos ampara. Y es bueno que el pueblo quechua del norte puneño, siga este ejemplo, y ojalá lo hagan siempre con inteligencia y suma precaución, porque infiltrados hay, traidores sobran. La lucha contra los odios de Alan García quien nos llama Perros del Hortelano, la lucha por nuestros dioses de los que Alan se burla, pero sí se postra ante el satánico Cipriani debe continuar. Para esto debemos fortalecer nuestra lengua aimara, hablarla sin medio en todos los contextos, decir que somos aimaras donde sea que nos encontremos, decir que profesamos nuestra religión antestral… Ukhamati, janicha.


CONSIDERACIONES PREVIAS

Desde la época incaica y la colonia, los lupacas tenían dominio sobre Chucuito, Ácora, Ilave, Juli, Pomata, Zepita, y Yunguyo. A su vez tenía enclaves en los yungas de hoy Bolivia, como Moquegua y Tacna (Sama); así que cuando los españoles llegaron la provincia de Chucuito, que era la encomienda del Rey de España, comprendía todos los pueblos y territorios mencionados y los lugares del sur del Perú que hoy se habla esta lengua ancestral. Por otro lado, se llamaban collas a los pobladores del norte de Puno, cuya lengua originaria era el puquina. Por diversos factores históricos hoy son hablantes de quechua aunque primero han tenido que hablar el aimara, tal como sugieren los documentos históricos y la toponimia.


LOS AIMARAS DEL ÁREA LUPACA EN LA HISTORIA

El Estado Inca, cuya etapa previa corresponde a la época killke (Cuzco antes del Tahuantinsuyo), aparece como tal desde aproximadamente 1438 d.C (Rowe 1946). Según Hyslop (1979: 53), el control incaico de la región del Titicaca comenzó hacia 1450 d.C. Si esto fuera así, el sometimiento pacífico de los aimaras Lupaca habría tenido lugar a los 12 años del gobierno de Pachacútec. Desde entonces el poder de la elite Lupaca fue reforzado por los sucesivos gobernantes cuzqueños a cambio de la lealtad hacia los primeros. Cieza escribe sobre una reunión entre el jefe Lupaca (Apu Cari, abuelo de Martín Cari) y el «Viracocha inga» o Pachacútec, quienes, luego de la derrota militar de las tropas puquinas de Zapana (señor de Hantuncolla), sellan la paz bebiendo de una copa de oro (Hyslop 1979: 56). En esta misma época, los aimaras Lupaca habrían zarpado al lago para liquidar a todos los habitantes de la isla Titiqaqa (Isla del Sol), noticia que es registrada por Cieza de León. Todo esto habría ocurrido antes de la muerte de Pachacútec, durante el co-gobierno que tuvo con su hijo Túpac Inca Yupanqui, es decir, entre 1463 a 1471 (Hyslop 1979: 56).

Luego de los sucesos anteriores, ocurrió una gran rebelión de los colla-puquinas (norte de Puno, hoy zona quechua) poco después de la muerte de Pachacútec, la que fue reprimida duramente por Túpac Inca Yupanqui. No se sabe si los lupacas aimaras participaron en esa rebelión, según sugiere Cieza; sin embargo, el mismo cronista escribe que este inca establece la paz en el pueblo de Chucuito, asegurando de esta manera el dominio incaico en esta región llamada Collasuyo (Hyslop 1979: 57). Así, una vez que los cuzqueños, al mando de Túpac Inca Yupanqui hacia el año de 1473, sometieran brutalmente a los puquinas de nación Colla que pusieron en serio peligro el poder cuzqueño, los humillaran, deportaran a los sobrevivientes, sacrificaran al sol al señor principal de los collas llamado Zapana, [1] degollaran a los demás curacas rebeldes (Cabello Valboa, citado por Torero 2002: 399), establecieran el poder incaico en el Altiplano, “pacificaran” la región y repoblaran los lugares donde los puquinas fueron totalmente exterminados través de la implantación de mitma y gente guerrera para reprimir a los collas (Espinoza Soriano 2009: 122), uno de los curacas principales del reino Lupaca (parte Anansaya), se convierte en un estratégico aliado de los cuzqueños, y Chucuito se convertiría en el centro político administrativo incaico más grande del área (Hyslop 1979: 61-62).

Respecto a este empoderamiento de los curacas aimaras, Garci Diez de San Miguel registra el siguiente testimonio del curaca de Anansaya, Ilave, don Francisco Vilcacutipa:

Fue preguntado [el curaca de Anansaya, Ilave] si en tiempo de ynga se daba algún tributo al cacique principal de la parcialidad de Anansaya de Chucuito de quien sucede don Martín Cari dijo que a su abuelo de don Martín Cari que se llamaba Apo Cari le hacían chácaras en toda esta provincia porque era gran señor como segunda persona del ynga y mandaba desde el Cuzco hasta Chile y le daban ropa y alguna planta e indios e indias que le servían. (Diez de San Miguel [1567] 1964: 107)

Así, los apus principales de Chucuito y los curacas que dependían de ellos “no fueron reemplazados por gobernadores incaicos, como a menudo ocurría en las áreas que caían bajo el dominio del Tahuantinsuyo” (Hyslop 1979: 55). Así, a la llegada de los españoles, el poder de los curacas aimaras era tal que continuaria hasta mucho tiempo después. Estos curacas se trasladaban cargados en andas, se vestían como españoles y manejaban armas de fuego, según se queja Diez de San Miguel:

Algunos caciques de la dicha provincia tienen arcabuces y saben bien tirar con ellos y los criados que tienen aprenden a hacer lo mismo […] la dicha provincia es toda tierra llana y los caciques y algunos principales tienen mulas y caballos y algunas veces sin tener enfermedades sino por autoridad andan ellos y sus mujeres en andas [y hamacas] en hombros de indios Vuestra Señoría provea que so graves penas no anden de esa manera y que no anden vestidos como españoles sino no fueren los caciques principales. (Diez de San Miguel [1567] 1964: 252)

Los aimaras del área Lupaca participaron en las guerras emprendidas por los cuzqueños. Apo Cari, curaca de Chucuito considerado el segundo del inca en el Collasuyo, participó directamente en la campaña de Huaina Cápac en Ecuador, según los relatos recogidos por Cabello Valboa en Cuzco (Julien y otros 1993). El curaca principal iba a las guerras del inca acompañado de los curacas aimaras sobre los cuales Apo Cari tenía autoridad. Por ejemplo, don Francisco Vilcacutipa, curaca de Anansaya, Ilave, estuvo en Ecuador, según su propia manifestación ante el Visitador Diez de San Miguel en 1567: «[don Francisco Vilcacutipa] es cacique desde antes que muriese Guainacaua y que fue con Guainacaua cuando fue a pelear con los indios de Tomebamba»; y más adelante agrega el curaca ilaveño: «dieron una vez al ynga para la guerra de Tomeba[m]ba donde éste que declara fue con él seis mil indios y de éstos murieron en la guerra los cinco mil y todos los caciques salvo dos y no volvieron más de mil indios de los seis mil y éstos trajeron consigo algunos presos de los de Tomebamba y otra vez le dieron dos mil indios para la guerra y murieron los mil de ellos» (Diez de San Miguel [1567] 1964: 105-106).

A su turno, Pedro Cutimbo, ex-curaca principal y gobernador de la provincia de Chucuito, declaró al visitador español que el inca sacó de la provincia dos mil «indios mozos» para emprender la guerra contra los naturales de Tumbes. Más adelante, este mismo entrevistado afirma que los aimaras también tuvieron una activa participación en la guerra civil protagonizados por los hermanos Huáscar y Atahualpa, ya en la antesala de la invasión de Pizarro, con pérdidas de vidas humanas, como siempre, muy altas, tal y como nos ilustra la siguiente cita: «en tiempo de la guerra entre dos hermanos yngas murieron tres mil indios de esta provincia porque fueron diez mil indios y volvieron siete mil» (Diez de San Miguel [1567] 1964: 105, 106, 170). Como se ve, el inca movilizó una buena cantidad de aimaras y, según suponemos, también puquinas en su ejército, incluidos sus curacas, para sus guerras contra aquellos pueblos que se resistían a aceptar pacíficamente la “reciprocidad” impuesta por el soberano cuzqueño.

A continuación vamos a presentar la genealogía de los curacas principales de Chucuito, y nos enteraremos que la muerte de uno de ellos ocurrió en Pomata. Según consta en los documentos coloniales referidos a los lupacas hacia el último cuarto del siglo XVI, Martín Cari aparece como curaca principal. Apo Cari, mencionado varias veces en la Visita de Diez de San Miguel, fue el abuelo de Martín Cari. El padre de Martín Cari tuvo que haber sido Cari Apaxa [2] («Pacaxa» en Diez de San Miguel ([1567] 1964: 117)), el mismo que indujo a que los «indios de Atuncollao» fueran a Cuzco y pidiesen a Hernando Pizarro «los socorriese porque Cariapaxa, señor de la provincia de Lupaca, les hacía guerra», como dice la anónima de 1539, Relación del Sitio del Cuzco (citada por Torero 2002: 401). Cari Apaxa, según queda registrado en los folios 10v y 11 de la Tasa 1574, habría sido, junto a más de 600 personas, asesinado por Hernando Pizarro entre abril de 1537 y abril de 1539 en Pomata (Julien et ál. 1993): «don Felipe Chambilla y don Martin Chataapassa caçiques de Pomata dixeron que en el dicho su pueblo les avia quemado en un galpon Hernando Piçarro y otros capitanes seisçientos y tantos yndios […] por decir que avia muerto y despeñado a un capitan [español] llamado Julian en tiempo de la conquista» (Julien et ál. 1993).

Y en el folio 51 de dicha Tasa, se revela que entre los quemados estuvo el curaca Cari Apaxa, hijo de Apo Cari. Luego del asesinato de éste le sucede su hermano menor (tío de Martín de cuyo nombre se ignora) por la minoría de edad de Martín. El tío de Martín Cari, a su muerte, pasa el curacazgo a su hijo Prudencio y éste a su hermano Pedro Cutimbo porque su hijo Bernaldino fue demasiado joven. Pero «Martín Cari tuvo que sacar [d]el curacazgo [a su primo Pedro] por pleito» (Julien et ál. 1993), aduciendo que «su padre [Cari Apaxa] hera hermano mayor del aguelo [de nombre desconocido] del dicho don Bernardino» (f. 51 de la Tasa 1574, en Julien et ál. 1993: 54). En cualquier caso, quien ya tenía mayores posibilidades para suceder el cargo a Martín Cari sería, hacia esos años, don Bernaldino. Sobre los antecesores de Martín Cusi, curaca de Lurinsaya, Chucuito, no se tienen datos más que los existentes en la referida Tasa, folio 51.


LAS MINAS Y LOS AIMARAS SUREÑOS DURANTE LA COLONIA

En cuanto a la mita minera, hacia el año de 1567, de toda la provincia de Chucuito se envía cada año 500 «indios» para trabajar en las minas de Potosí [3], de los cuales 53 eran pomateños (Diez de San Miguel [1567] 1964: 19). Hacia el año de 1579, el número de «indios» que se sacaban desde la “encomienda del rey español”, Chucuito, a la mina argentífera de Potosí, se incrementó, por disposición del virrey Toledo, hasta 1.100 y después a 2.200 (Julien et ál.: 1993: xi). Hacia el año de 1600, el curaca de cada aillu anunciaba la mita venidera dos meses antes de la fecha de partida de estos 2.200 que tenían que ir a las minas de Potosí, con todas sus provisiones, sus mujeres e hijos. El siguiente extracto es muy ilustrativo para tener una idea sobre el impacto en los aillus y las familias aimaras de Chucuito (i.e. de todos los pueblos del área Lupaca) a quienes les correspondería el turno para los trabajos en Potosí por un año:

De la provincia de Chuquito salen dos mil doscientos indios cada año para el entero de la mita […]. Todos estos van ordinariamente con sus mujeres é hijos, que por haberlos visto subir dos veces, puedo decir que serán todos más de siete mill almas. Cada indio de estos lleva por lo menos ocho y diez carneros y algunos pacos ó pacas para comer; otros de más caudal, llevan treinta y cuarenta carneros; en estos llevan sus comidas de maiz y chuño, sus mantas para dormir, esterillas para defenderse del frio, que es riguroso, porque siempre duermen en el campo. Todo este ganado pasa ordinariamente de treinta mill cabezas, y casi siempre llegan á cuarenta mil, y año que se contaron cincuenta mill trescientas cabezas. Pues digamos que no son más de treinta mill, estas con el chuño, maiz, harina de quinoa y cecina y sus vestidos nuevos, vale todo más de trescientos mill pesos de á ocho […]. (Alfonso Messía, citado por Cook 2010: 306)

Son 480 kilómetros de viaje desde las orillas del Titicaca hasta Potosí los que tenían que recorrer los mitayos en dos meses. Trabajaban en la mina unas diecisiete semanas para ganar 46 pesos, cuando el viaje y el mismo tributo les costaba 100 pesos: un derroche de energía brutal. Según Messia, de éstos «Solamente dos mil personas vuelven: de los cinco mil restantes, algunos mueren y otros se quedan en Potosí o los valles cercanos porque no tienen ganado para el viaje de vuelta» (Cook 2010: 306). Las muertes serían causadas por las epidemias de la época, los accidentes mineros (inundaciones por la ruptura del agua represada, derrumbes, envenenamiento por mercurio, falta de oxígeno), los desastres naturales (sequías, granizadas, tormentas de nieve que dejaban a muchas personas congeladas en las calles potosinas), las escaramuzas entre los españoles y criollos hasta llegar a la proporción de una guerra civil (p.e. entre andaluces y vizcaínos). Todos estos hechos fueron mermando la población, no sólo en el altiplano, sino en muchos lugares donde los españoles tenían contacto con los originarios (cf. Cook 2010). Así, podemos decir que el trabajo “era muy peligros[o] y ocurrían accidentes con frecuencia, con el resultado que las comunidades indígenas no querían proveer hombres para el trabajo forzado en las minas. Al final del s. XVIII el sistema mita no era tan importante como en el s. XVI. Algunos partidos en Cuzco y Puno todavía tenían obligación de mandar hombres a Potosí” (Fisher 1979: 60).

Como puede verse, la demografía de esta parte del altiplano fue golpeada en diversas épocas y por diversos factores históricos. En tiempo de los incas: la mita guerrera y el envío de mitmas aimaras a otros lugares. En la época de los españoles: las guerras civiles, el abandono del cultivo de la tierra, las sequías, la mala alimentación, las nuevas epidemias y, por ende, la destrucción de la economía nativa. Y en la época republicana: la avaricia sin límites de poderosos hacendados criollos que hirieron aún más el alma de los aimaras. Todos estos factores han confabulado negativamente en la vida de la población nativa, y como dijo alguna vez Guamán Poma de Ayala, “no hay remedio” porque en la actualidad las formas de explotación y entorpecimiento de las masas mayoritarias y el nivel de violencia en “nombre de la ley” y la llamada “democracia” en contra de las minorías étnicas se han modernizado de la mano con la globalización.


LOS AIMARAS LUPACAS EN TIEMPOS DE TÚPAC AMARU Y TÚPAC CATARI

Ahora bien, con la promesa de seguir indagando sobre la historia de los lupacas en el siglo XVII y XVIII, vamos a ubicarnos en tiempos de la rebelión de Túpac Amaru II para tener idea sobre sus repercusiones de este acontecimiento en esta parte del Altiplano. La siguiente cita nos ilustra sobre cuán fieles eran los aimaras a la realeza española, a pesar que perdieron parcialmente su poderío desde tiempos del virrey Toledo:

Los indios del Collao [pobladores del norte de Puno] se plegaron a las tropas de Túpac Amaru. El ejército español aprovechó oportunamente los resentimientos que contra éstos guardaban los indios lopacas (de Lupaca), para enfrentarlos. Estos conflictos étnicos latentes en la población indígena, indudablemente facilitaron el camino a las tropas españolas, no sólo porque actuaron contrarrestando y reprimiendo la rebelión, sino porque también indirectamente la erosionaron, desgastándola y desviándola de sus objetivos iniciales de lucha “contra el mal gobierno colonial”. (O’Phelan 1979: 98)

La participación aguerrida de los aimaras del área Lupaca en contra de los que apoyaron a Túpac Amaru fue un factor importante que debilitó la rebelión. Sin embargo, poco después, los aimaras realistas serían castigados por los seguidores de Túpac Catari del Alto Perú (hoy Bolivia). Así, por el año de 1871:

Los indios de Ilave y Ácora al marchar sobre Puno incendiaron totalmente la ciudad de Chucuito, la que ha permanecido en ruinas y olvidada desde entonces. Las huestes de Túpac Catari incendiaron Zepita y ahorcaron al cacique Francisco Gutiérrez. En 1781 tomaron Juli e incendiaron la ciudad degollando a los caciques realistas. En mayo de 1781 Túpac Katari, el caudillo Aymara, al frente de ilaveños y acoreños terminó de dejar en ruinas, sin dejar piedra sobre piedra Chucuito. […] Casi todas las ciudades de la provincia de Chucuito fueron arrasadas y a partir de entonces comienza la decadencia de las mismas, especialmente Chucuito. (Tamayo 1982: 72)

Según Flores Galindo, “[e]l epicentro de la rebelión, a medida que transcurrían los meses, se fue trasladando del Cusco al altiplano. En los territorios del Collasuyo la violencia fue todavía más intensa” (Flores Galindo 1987: 135). El levantamiento de los aimaras tuvo consecuencias de mayor horror tanto para los españoles como para los originarios. Si bien el levantamiento era justo, por la tremenda explotación de sufrían las masas “indias”, que dejó paralizada la economía de esta parte del Perú por aproximadamente unos cincuenta años, la lección no ha sido aprendida por muchos que posteriormente regresaron como terratenientes, autoridades republicanas, y otros que se mantuvieron como curas, cuya práctica gamonalista superó la ambición de los mismos españoles, quienes, en complicidad de la indiferencia estatal y eclesiástica, sembrarían más impotencia, odio, resentimiento y, a veces, resignación, hasta el surgimiento de nuevos levantamientos campesinos, y pronto se cosecharían los amargos frutos de la codicia, la incomprensión y la intolerancia: la muerte y el aplastamiento sistemático de los campesinos en manos de bandoleros contratados por los hacendados y de efectivos del ejército peruano.


ÉPOCA REPUBLICANA: LOS AIMARAS LUPACAS Y LOS GAMONALES

Así, entre los movimientos campesinos que surgieron en la época republicana en el área Lupaca, producto de la implantación del gamonalismo en sus diversas facetas, Wilfredo Kapsoli ha registrado el caso de Chucuito en 1886-1887 (Tamayo 1982: 193). Velásquez Garambel (2009) menciona los levantamientos que se inician en 1895 con la participación de diversos aillus de Desaguadero, Zepita, Pomata, Juli y Ilave en contra de la explotación de los hacendados y las prácticas gamonalistas de sus autoridades, por lo que fueron masacrados por el ejército. Hernán Jové y Alfonso Canahuire, en su tesis Historia del movimiento popular y sindical en el departamento de Puno (1880-1969), realizaron un estudio de 32 levantamientos indígenas en el altiplano dentro de los cuales se menciona el de Zepita y Pomata en 1904, el de Ilave en 1905, el de Pomata y Juli en 1912, contra los abusos y prácticas gamonalistas de las autoridades y los violentos terratenientes misti de aquella época (citados por Tamayo 1982: 193-4).

En 1903, Juli tuvo la suerte de tener como subprefecto de la provincia a uno de los personajes pro-indígenas de nombre Teodomiro Gutiérrez Cuevas [4], quien una vez en el cargo.

Decretó en Juli la abolición de los repartos de lanas y los trabajos gratuitos el 25 de diciembre de 1903 y el 1º de enero de 1904 denunció a los gamonales de la provincia, algunos de los cuales eran monederos falsos; luego adoctrinó al curita Valentín Paniagua para que defendiera a los indios y entonces desató la sublevación de Pomata. Los parlamentarios puneños [terratenientes ellos] lograron en Lima la inmediata salida de Gutiérrez Cuevas de Chucuito en 1905, por peligroso y “extremista”. Fue entonces que Manuel González Prada escribió para homenajearlo su conocido artículo: “Autoridad Humana” en 1905. (Tamayo 1982: 205)

En los lugares que no habían terratenientes, las autoridades asumían el gamonalismo de la manera más descarada. Cuentan los campesinos, ancianos hoy, que podían disponer de los animales de los aimaras pomateños como bien les pareciera. Los abusos venían de las autoridades, y periódicamente por los militares para las fiestas organizadas por los oficiales; inclusive, cuentan que hubo un marino de apellido Ramírez que solía atropellar a cuanto balsero que encontraba en las orillas del lago, pidiendo documentos donde indique que tal persona tiene permiso para “operar” en el lago. De ese modo justificaba su incómoda presencia y los cobros en dinero en efectivo. Una tarde, este marinero tuvo el infortunio de arrebatar a un campesino un bote viejo al que se le abrió un gran agujero, y éste inevitablemente tuvo que hundirse. Antes de hacer un intento para nadar, cuentan que pidió a gritos auxilio. Nadie lo ayudó. Por este suceso hubo “culpables” y muchos campesinos fueron perseguidos, torturados, acusados, procesados y sentenciados. Muchos de los que pasaron en la cárcel aún viven hoy recordando los amargos momentos en la prisión.

Por otra parte, los conflictos por tierras en las parcialidades campesinas eran provocados por las autoridades, por los jueces, los abogados, un algún “mozo” (mestizo) que sabía firmar. Por tratarse de comunidades “libres”, en muchos casos, la violencia no ocurría contra algún hacendado, sino entre los mismos campesinos quienes al amparo de algún padrino misti, se apropiaban deliberadamente de buenas hectáreas de terrenos comunales en las aynuqa ‘lugares de siembra que se encuentran generalmente en los cerros’ y en las pampas. El más recordado personaje hasta hoy que promovía este tipo de abusos disimulados fue el abogado Vicente Cuentas Zavala [5], quien se apropiaba de las mejores tierras después de empobrecer a sus “clientes” aimara-hablantes, simulando mafiosas ventas al mejor postor que era un indígena, o con el cuento de la venta pedir por adelantado una buena suma de dinero, para nunca devolverlo. Y sus malas acciones no terminaban ahí, según cuentan hoy los ancianos aimaras: practicaba el concubinato con alguna hija de campesinos para favorecer a sus familiares en los diversos juicios que tenían en la ciudad de Juli, ciudad conocida por estos hechos como ch'uspa thala ‘salteador de chuspas’. Este personaje se convirtió en uno de los terratenientes de Ilave, quien haciendo gala de sus prácticas inescrupulosas, se adueña, en complicidad de sus familiares, de extensos fundos, entre ellos, los denominados Chignani, Chuquinasa, Chiara-cuyo, Anccoaque, Santa Cruz y otros (Guevara 1954: 329). Por suerte, todas estás prácticas desaparecieron para siempre desde la implementación de la Reforma Agraria llevada a cabo por el militar Juan Velasco Alvarado, y en esta parte del territorio nacional fue un alivio, la libertad había llegado al fin, y ya era urgente para acabar de raíz con los abusos feudalistas de siempre y las malas prácticas judiciales enfrentaban a los campesinos en pleitos innecesarios que los empobrecían económica y axiológicamente. Finalmente, debe haber otros levantamientos aún no estudiados. Por ahora sólo tengo noticias sobre la toma de las haciendas de Huapaca, Pomata, en la época de Velasco. Hay mucho por trabajar.


NOTAS:

1 Según Sarmiento de Gamboa, Chuchi Cápac o Colla Cápac (Zapana) tenía bajo sus dominios «desde veinte leguas del Cuzco hasta los Chichas y todos los términos de Arequipa y la costa de la mar hacia Atacama y las montañas sobre los Mojos» (citado por Torero 2002: 399).
2 A través de la grafía X, que aparece en los documentos coloniales, los autores representaron el sonido que a veces se escribe SH (ejemplo en quechua: mikhushan ‘él está comiendo’).
3 Cf. «Nombra, señala los indios para q%uF01B vayan a Potosi» (Bertonio ([1612] 1984: II, 331). Sobre el origen del topónimo Potosí, véase Cerrón-Palomino (2008b: 348).
4 Teodomiro Gutiérrez Cuevas, excombatiente de la Guerra con Chile, Cacerista, luego, Billinghurista, recordado hoy como Rumi Maki, fue un activista pro-indígena que combatió a la clase gamonal de Puno. Dirigió el ataque a la hacienda de San José en 1915 que fue un fracaso, porque terminó en una verdadera carnicería humana efectuada por la gente fiel a la hacienda, y después de la retirada, los rebeldes fueron masacrados, como era de verse, por el ejército. Rumi Maki fue apresado en Arequipa en 1916, y acusado por querer restaurar el Tahuantinsuyo y por secesionista (traición a la patria). Los mistis “notables” y “autoridades” de Huancané fueron los grandes beneficiados de esta tragedia: destruyeron a los indígenas, se apropiaron de cuanto pudieron y se repartieron en la plaza pública el botín de “guerra”, y así nacieron los nuevos latifundios, por ende, nuevos dueños de la tierra y la vida de muchos (Flores Galindo 1987: 240-8; Tamayo 1982: 202-17).
5 Este oscuro personaje aparece como Juez de Primera Instancia en Huancané, y es uno de los que provocó el levantamiento de los aimaras fundadores de Wancho-Lima en 1923, que fue, al inicio, una acción estratégicamente pacífica, seguida por el cerco de Huancané, y que termina en un matanza perpetrada por efectivos del ejército peruano, al mismo que son rematados por la banda asesina formada por los mistis de Huancané, para luego destruir y apropiarse de los bienes de los aimaras derrotados (Tamayo 1982: 229-47). Al igual que su padre ocupó cargos públicos estratégicos para poner en práctica el gamonalismo en esta zona.


BIBLIOGRAFÍA
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Roger Gonzalo Segura. Profesor del Departamento de Humanidades, Sección Lingüística y Literatura, de la Pontificia Universidad Católica del Perú – Lima (correo: rrgonzalo@pucp.edu).

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