domingo, 12 de junio de 2011

NACIÓN MAPUCHE

12 Junio, 2011 - Fuente : elpost.cl, por Pedro Cayuqueo

Uno de los cambios menos advertidos en el Chile del siglo XXI, ya sea por su elite intelectual o clase dirigente, es el surgimiento de la nación mapuche. Así como lo lee; de la Nación Mapuche, con mayúscula.

Alguien, un activista de la causa mapuche, me podrá advertir que la nación mapuche ha existido desde hace miles de años y que nuestros ancestros ya ejercían soberanía sobre estas latitudes junto a los temidos Tiranosaurios Rex. Por otro lado, desde la vereda contraria, un nacionalista chileno recalcitrante -pienso en un Sergio Villalobos desde el lado conservador o en un Alejandro Saavedra desde el marxismo, por ejemplo- podría argumentar que hablar de “nación mapuche” es un absurdo histórico, que aquí somos “todos chilenos” y que a lo más se podría hablar de mestizos, de una subcultura o bien de descendientes de los antiguos y extintos “araucanos”. Es lo que, en resumidas cuentas plantean, desde veredas en apariencia contrapuestas, ambos académicos chilenos. Que los mapuche, en tanto pueblo, no existimos en el siglo XXI. Extintos. Como los Rex y los Velociraptors.


Pues bien, muy a su pesar para el activista étnico -las naciones son por esencia fenómenos de los tiempos modernos- y tristemente para Villalobos y Saavedra -poco importa en los nacionalismos lo que hayas sido o dejado de ser; vale sobre todo lo que creas ser a partir de determinado momento- la nación mapuche existe. No verlo es simplemente una porfía. Y la cristalización de este sentimiento nacional no puede sino encontrarse en la última década, sobre todo en las nuevas generaciones de Lientur, Rayen, Lincoyán, Amankay, Nahuel, Ayelen y Leliantu. Y es que una lengua, un territorio, una cultura, una cosmovisión, un pasado más o menos común puede otorgar a un colectivo su carácter de pueblo. Más aquello no constituye necesariamente una nación.

El elemento distintivo que caracteriza a esta última es la convicción de un destino político común, el pasar de la inconsciencia a la consciencia histórica, en el decir de los estudiosos. Y en ello están, créanme, varios en la ribera norte y sur del Biobío. Pasando de ser un colectivo étnico con determinados elementos comunes -sobre todo la lengua, que aunque amenazada nos sigue distinguiendo a fuego como “diferentes” del chileno- a un colectivo nacional con un presente y sobre todo un futuro por construir.

¿Qué lo ha gatillado? Me atrevería a señalar dos factores. Por un lado, los profundos cambios que ha sufrido la sociedad mapuche en los últimos 30 años, el mismo que sociólogos, antropólogos y un batallón de otros “ólogos” han sido incapaces a ratos de percibir. Qué decir de los medios de comunicación, que con casi medio siglo de retraso dieron con el “comunero mapuche” teorizado por el antropólogo norteamericano Louis. C. Faron en la década del 60’. ¿Se puede generalizar con aquello de los “comuneros” o “campesinos” cuando el 70 por ciento de los mapuche vive hoy una realidad urbana? ¿Se puede seguir restringiendo la demanda mapuche a la “tierra” cuando gran parte de las nuevas generaciones no se proyectan precisamente “cosechando trigo”? Estos cambios, que han traído consigo una importante capa de profesionales e intelectuales mapuche, explica muchas cosas. ¿El segundo factor? La represión como política de Estado. Nada cohesiona más a un pueblo que sobrellevar juntos apaleos policiales y arbitrariedades judiciales del tipo 18.314. ¿Nadie se lo ha explicado todavía a Hinzpeter? Sirva de consuelo que ni Correa Sutil, Harboe o Rosende fueron en su tiempo debidamente advertidos.

¿Constituye este “florecer nacional mapuche” una amenaza para el Estado chileno? En absoluto, estoy convencido de que incluso lo potenciaría en identidad y relato, carencias ambas que a Chile le afloran hasta por los poros. ¿Puede derivar esta toma de consciencia histórica de las nuevas generaciones mapuches en fanatismos y violencia política? Por cierto que sí. Ejemplos por el mundo, lamentablemente, existen y por montones. He allí tal vez uno de los  principales retos de la sociedad chilena y mapuche en su conjunto; canalizar de manera constructiva y democrática las legítimas aspiraciones nacionales de nuestro pueblo en un Estado chileno moderno y no anclado todavía en el siglo XIX, como sucede hasta nuestros días.  Avanzar hacia un Estado plurinacional, que reconozca la diversidad étnica y lingüística de Chile, es un paso previo. Es el paso que han dado, no sin dificultades, muchos Estados del primer mundo, tales como España, Dinamarca, Noruega, Canadá e incluso el vilipendiado Estados Unidos, que reconoce a navajos, seminoles, cheyenes y un centenar de otras tribus su carácter de “naciones” asociadas a Washington. Acontece incluso en países de la región, como Bolivia y Ecuador, que han modificado sus Cartas Magnas a fin de dar cuenta de realidades negadas y de manera vergonzosa por más de 200 años. ¿Estaremos chilenos y mapuches a la altura de tamaño desafío?

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